jueves, 31 de enero de 2008

EL FIN DE TODAS LAS COSAS

Las calles adoquinadas de aquella ciudad sin nombre presentaban el aspecto desolado de una arboleda carente de vida, de un cementerio que nadie visitaba ya.
La lluvia, mezclada con la sangre de los inocentes dotaba al suelo de un tono rosado a juego con dos pares de ojos que clamaban por nuevo alimento. Sus nombres, aquellos que les otorgaron en la pila bautismal se habían convertido ahora en pasto de las llamas. El antiguo letrado había borrado su identidad para siempre y ella… jamás había tenido una, ni siquiera había sido capaz de conservar la que él le prestase al inicio de su andadura inmortal.
Caminaban bajo la luz de la luna nueva en constante alerta, como presas que temiesen ser descubiertas por unos sobrenaturales depredadores.

Con los ropajes raídos, y vestida como un chico, la antaño angelical criatura tomó la mano de su amor inmortal, su antiguo primo Christian. Él mostró sus afilados colmillos, en lo que pretendía ser una dulce sonrisa.
- Nos van a encontrar- la muchacha no podía aguantar aquella tensión, se chocó contra el frío pecho de él, que acarició suavemente aquellos cabellos de ángel que siempre había amado.
- Huiremos, y ellos no nos seguirán esta vez- ella negó insistentemente con la cabeza. Habían cambiado de identidad en innumerables ocasiones a lo largo de los siglos y podían volver a hacerlo, sin embargo el círculo de ancianos siempre daba con ellos, y tenían que huir del país en el que se hubiesen establecido.

Él comprendió, convencido por las insinuaciones corporales de su compañera y cerró los ojos. Sus palabras de aliento sonaron vacías, incluso para él y supo que estaban condenados, que el final de sus existencias estaría marcado por la salida del sol. No temía por él, siempre había sido consciente que acabaría así, o de un modo similar, sin embargo la muerte de su amada era más de lo que podía soportar. La había tomado para permanecer juntos para toda la eternidad y aquella no era su idea de infinito, ni mucho menos.
Suspiró, con las manos del color de la nieve aún enredadas en aquellas suaves ondas de la única mujer de la que se había enamorado, su creación, su creación inmortal.

Los bebedores de sangre jamás derramaban lágrimas, o al menos eso cuentan las leyendas, y si lo hacían, ocasión especial esa, el líquido que manaba de sus perturbadores ojos estaba teñido de color carmesí. Durante los cientos de años que permanecieron juntos, la pareja sin nombre jamás había llorado, sin embargo la desesperación que se apoderaba de ellos hizo que lágrimas de sangre resbalaran por la tez de la vampira más joven.
El previamente conocido como Christian sintió que lo poco que le quedaba de determinación se esfumaba con cada nueva lágrima que recorría el semblante de su prima.
Mientras todo eso ocurría, y casi sin darse cuenta, había tomado una decisión, la más dura y a la vez la más honesta de toda su larga existencia.

Acercó ahora la gélida mano hasta la mejilla de la muchacha, arrastrando de este modo las rojizas lágrimas.
- Yo estaría dispuesto a cualquier cosa para salvarte- confesó, abrumado por los sucesos que iba a llevar a cabo, también por la mirada angustiada que ella le brindaba en esos momentos.
- ¿Por qué me dices esto?- sus instintos sobrenaturales le transmitían que en las palabras del otro había algo oculto, algo que no le contaba.
Él se encogió de hombros, como si nada ocurriese, desdeñando de ese modo cualquier hipótesis.
Volvieron a ponerse en camino, y tras correr a gran velocidad por el laberinto de calles, plazas y demás mobiliario urbano, sus pasos, algo debilitados por el hambre y el cansancio, les condujeron hasta una casona abandonada en las afueras. En pocos momentos convirtieron el sótano en su refugio y se prepararon para pasar el día siguiente.

La joven de rubios cabellos despertó de su sueño diurno a la hora exacta del crepúsculo, como estaba acostumbrada y estiró su delicada mano para encontrar la del atractivo vampiro que siempre la acompañaba. Él solía abrir sus gélidos ojos antes que ella, de modo que ese tierno gesto se había convertido en una especia de tradición.
Sin embargo en aquel ocaso no se produjo el ritual, él no estaba allí, y eso solo podía dar eco a los pensamientos del día anterior respecto a la frase que pronunció: “hacer cualquier cosa para protegerla”
La vampiresa se levantó, como si el mismísimo diablo la hubiese poseído, y salió a la calle, con su disfraz de chico arreglado en la medida de lo posible y el alma resquebrajándose por momentos.

Tras haber caminado hasta la medianoche, sus esperanzas se desvanecieron, como las hojas caídas son arrastradas por el inexorable viento.
Se hallaba en un oscuro bosque joven, con sus ojos como única luz, preguntándose donde se encontraría aquel al que buscaba, y entonces alguien la asaltó: era un hombre extremadamente joven, casi un niño, pero sus ojos atestiguaban las innumerables décadas que había vivido.
Amablemente la invitó a acompañarle a la morada temporal de los ancianos en aquella ciudad y no pudo negarse, en parte por el poder que emanaba de aquel muchacho y en parte porque necesitaba encontrar a su compañero inmortal.

Caminaron en silencio, arrullados únicamente por los latidos de un corazón de metal y cristal: el reloj de la Plaza Mayor. Finalmente enfilaron una estrecha vía que daba lugar a una gran avenida, donde una mansión que bien podía pertenecer a un príncipe les dio la bienvenida con su estridente iluminación.
Penetraron en ella discretamente y la joven fue conducida hasta un suntuoso salón, donde tres personas sentadas en asientos ricamente labrados custodiaban a una cuarta, que, crucificada sobre la pared, tenía una estaca clavada en el pecho.
La joven tragó saliva ante la macabra visión de su inerte amado. Sin embargo era consciente de que no estaba muerto, únicamente inmóvil.

Haciendo gala de una sangre fría que estaba lejos de poseer o sentir se arrodilló y uno por uno dio nombre a los tres ancianos que se encontraban frente a ella.
- Nikolai, Gabriela, Lee- los había nombrado tal y como estaban sentados: el sombrío moreno de ojos ambarinos, la pelirroja de fuego y el oriental invidente.
- Levántate- ordenó Nikolai, con su voz de comandante que no admitía réplica. Ella lo hizo al instante- habéis sido acusados y juzgados por haber acabado con la vida de un igual y vuestro castigo es la muerte.
La joven sostuvo la mirada de aquellos extraños ojos con esfuerzo, más asintió a sus palabras con ciega vehemencia.

- Además- la voz del ciego era melodiosa, cantarina- habéis cazado libremente, ignorando las restricciones del territorio y sin el permiso de los señores de las regiones…-dejó las palabras en el aire, para que fuera la mujer de rojos cabellos la que concluyese.
- Moriréis en la pira- la recién llegada tembló de pies a cabeza, conocía aquella horrible muerte: ataban e los desgraciados a unas grandes estacas de madera y les prendían fuego, dejando que se consumiesen. Era Gabriela la que se encargaba de ello y el placer se pintaba en su rostro con cada nueva ejecución.
La vampira condenada presentó sus manos desnudas, en señal de rendición, sin embargo el hombre sin vista levantó la suya propia y todos le prestaron su atención.
- Su compañero se presentó voluntariamente a cambio de la vida de ella, eso es algo que le honra.

Gabriela hizo un mohín e intercambió una mirada con el duro caballero que se sentaba a su lado. Él se encogió de hombros, y una llama azulada se pintó en sus ojos dorados. La joven asintió, así como Lee, que pronunció el veredicto final.
- Jóvenes, vuestro destino está escrito- Nikolai despojó al cainita que permanecía inerte de aquella ingravidez arrancando la estaca que aferraba su pecho. Automáticamente Christian abrió los ojos, más no pronunció palabra alguna- muchacho de ojos de hielo, serás quemado por el fuego purificador de la hoguera, chica con cabellos dorados, tú presenciarás la ejecución.

A la mujer sin nombre el mundo se le vino encima con aquellas palabras, esa pena que le imponían era peor que perecer devorada por las llamas de Gabriela. Sin pensar se precipitó hacía el crucificado muchacho y gimió, consumida por la desesperación.
Él murmuró palabras de consuelo, jurando que esa muerte era su libre elección, que ofrecería su alma si con ello la salvaba a ella.
La chica chilló, hubiese preferido morir con él, pues su amor le pertenecía. Por todos los demonios, no iba a poder soportar todo aquello de ninguna manera.
Quiso decirle muchas cosas, pero no hubo tiempo de más palabras hermosas, pues les separaron violentamente: Gabriela desató al condenado y Nikolai tomó a la rubia del brazo, para arrastrarlos a ambos hasta los jardines, donde se llevaría a cabo la quema.

La pelirroja ató al joven sentenciado a aquel poste de madera con fuerza, el otro quedó vacío, pues la que ocuparía su lugar había sido condenada de un modo mucho más cruel que la pira.
En aquel lugar fresco y verdoso solo había cinco personas: tres de los seis ancianos y ellos dos. La muchacha se debatía en los fuertes brazos del hombre de los ojos color ámbar, con Lee, tan impasible como siempre, a su lado.
Gabriela levantó una mano y de ella emergió una esfera de fuego. Nadie sabía como la mujer de indómitos y carmesíes cabellos había obtenido ese poder, solo sabían que era altamente letal, sobre todo para los de su especie.

- ¡¡¡Christian!!!- gritó la espectadora obligada mientras el fuego era disparado contra la pira en la que el antiguo abogado se consumiría sin remedio.
Él, confuso al oír su verdadero nombre después de tantos siglos, le sostuvo la mirada, serenamente y por fin la llamó, como no lo había hecho desde su reencuentro en el mausoleo familiar, cuando había decidido ofrecerle el don inmortal.
- Luz… no tengas miedo- en esos momentos el fuego alcanzó su cuerpo, haciendo que la hermosa piel del vampiro cayese hecha jirones sobre los maderos ardientes. Seguidamente quedaron al descubierto los músculos, mas sus gélidos ojos aún seguían mirándolo todo con una frialdad que helaba el más duro corazón, hasta que éstos se desprendieron de sus órbitas. Finalmente el fuego aumentó de intensidad y convertido aquel bello cuerpo en hueso calcinado se apagó, a orden de aquella que lo dominaba.

Luz, aquel era su nombre, quedó laxa, como una muñeca rota y resbaló de los brazos del hombre que la sujetaba, quedando sentada en el suelo.

Largo rato pasó allí, ante la atenta mirada de los ancianos, que no hablaron. Al final de la espera ella se levantó y caminó hasta la pira, rebuscando entre los huesos que se convertían en cenizas. Gabriela quiso detenerla, pero Lee lo impidió, negando con la cabeza.
Por fin la desesperada joven encontró lo que buscaba: los ojos de Christian, que, milagrosamente, estaban intactos del devastador ataque de las llamas, e hizo algo completamente inesperado: como sino sintiese dolor metió sus dedos en sus propias cuencas oculares, y de un tirón seco se arrancó los ojos, para sustituirlos por los fríos cristales que habían adornado el rostro de su amado. Abrió y cerró los párpados, y los ojos de Christian se adhirieron a los huecos dejados por los suyos propios como si siempre hubiesen estado ahí.

A continuación dejó caer sus antiguos globos oculares, como si se trataran de dos canicas desechadas y con paso firme, y sin dejar de mirarles, se arrodilló frente a los ancianos, subyugándose a ellos y ofreciéndoles su voluntad, pues con la quema de su primo había perdido toda la pasión por la no-vida.
El vampiro oriental dejó caer su mano en el hombre de la renacida muchacha y se maravilló del gran poder que acababa de sentir y notó en su aura que sus compañeros se mostraban de acuerdo con sus recién ideados planes.
- Levántate, hija mía, pues a partir de este momento eres y una de los nuestros y como tal te daremos un nuevo nombre- el anciano dudó apenas unos segundos y decidió- des hoy te llamarás Black Rose- aquello era francamente adecuado, por un lado porque la noche de su visita al cementerio había leído aquel nombre, y por el otro porque ella era ahora precisamente aquello que le daba nombre: una hermosa y siniestra flor con traicioneras espinas.

Rose se convirtió pronto es parte imprescindible del sobrenatural grupo, pues era el brazo armado, la guardaespaldas, la guerrera. Su velocidad innata combinada con la fuerza sobrehumana y destreza que le habían otorgado los ojos de su amado hicieron de ella una asesina consumada, fría y sin más pretensiones que proteger a los ancianos, pues su vida la pertenecía por entero a ellos.
Con el paso de los siglos sus poderes se multiplicaron a pasos agigantados y hoy en día es la persona en la que más fe deposita el Círculo, camuflado de la sociedad como una poderosa multinacional.

La flor letal, como la apodan entre los suyos, carece de cualquier tipo se sentimiento o emoción, pues todos y cada uno de ellos se consumieron en la hoguera que acabó con la existencia de Christian Farélle, antiguo abogado y su hermoso primo. Sin embargo, a pesar de su permanente mutismo y su sarcástica indiferencia, el minúsculo resto de alma que le queda jamás le olvidará.

Esta gesta y muchas leyendas e historias más se hayan compiladas en El Libro Negro, aquel que llevó escribiendo desde el principio de los días y aquel que dejaré de ampliar cuando el mundo desaparezca para siempre, pues es mi destino como padre de todas las criaturas de la noche:

Caín

FIN DEL RELATO


miércoles, 9 de enero de 2008

RENACER EN LAS TINIEBLAS

Aquí estoy de nuevo, con la continuación de UN PASEO POR EL CEMENTERIO, en esta ocasión os contaré que pasó después, cuando Christian se llevó a su prima a algún lugar desconocido.
Espero que os guste, tras estar enferma, a ver si conservo todas las neuronas. Besos a todos, gracias por los comentarios ^^

Abrió los ojos, finalmente, y el escozor que le produjo aquella acción en ellos solo fue comparable con el dolor que había sentido tres noches atrás, cuando finalmente los afilados colmillos de Christian habían penetrado en su garganta, y sin previo aviso, le hicieron perder el conocimiento.

Sus recuerdos, en ese intervalo de tiempo eran confusos, sentía que las palabras que él le había obligado a pronunciar estaban vacías, eran cáscaras que carecían de significado, sin embargo, y cuando recordó algunos versos, una desazón inexplicable se apoderó de ella. Era como si las promesas pronunciadas y la ofrenda de sangre que habían compartido la anclases irremediablemente a una eternidad, a una espiral sin fin que no estaba segura de desear.

Su primo permanecía a su lado, cada vez que despertaba, sosteniendo su mano. En esta ocasión no volvió a caer en aquel extraño sopor que se apoderaba de cada centímetro de su ser, sino que sintió que estaba totalmente consciente, con los sentidos alerta, y con las muñecas atadas a unas correas que se sujetaban a su vez a la cama en la que se encontraba, en un oscuro sótano, donde no era capaz de distinguir la noche del día.
- Hoy comienza tu nueva vida- acababa de comunicarle el antiguo abogado, y la conmocionada muchacha no estaba segura de a que misteriosa existencia renacida se refería. Sin embargo las cuerdas dejaron de ser útiles y el joven las desató. Ella se incorporó, sintiendo un extraño desgarro en las entrañas, era como si todo el fuego habido y por haber en el infierno hubiese decidido acampar en su interior.

Tras soportar aquellas laceraciones en zonas que ni siquiera sabía que existiesen, y notar como su cuerpo se convulsionaba una y otra vez, levantó la mirada, coloreada de un tono carmesí hambriento y sicótico. Entonces, justamente cuando la última gota de color cereza producida por la inanición manchaba sus ojos, se percató de una sutil transformación en el ambiente. Olfateó en busca de aquella diferencia, y sin necesidad de hacer uso de sus nuevas facultades la encontró: Christian ya no estaba, o al menos ella no lo veía, y en su lugar, un aterrorizado niño que quizás rozase los cinco años observaba a la renacida huérfana con ojos aterrorizados.

Tal vez si aún fuese aquella jovencita que iba a visitar el mausoleo familiar, aquel crío le hubiese producido cierta ternura, lo habría ayudado a buscar a su madre perdida, más ella había dejado de ser una mujer normal, transformándose en un depredador, en una cazadora y segadora de vidas humanas.
Se movió seductoramente, con gestos gráciles, más propios de un cisne que de cualquier otra forma de vida, y antes de que aquel pequeño intentase o siquiera pensase en salvarse, su corazón había dejado de latir. Tras romperle el cuello había clavados sus dientes de agudas formas en el lugar de donde brotaba la sangre.
Bebió desesperadamente, hasta que sus mejillas, carentes de color y hundidas hasta ese momento, se volvieron sonrojadas y cálidas, debido al elixir recién consumido. Observó el cadáver del infante, con indiferencia y lo soltó, haciéndole caer con un sonido sordo. Cerró los ojos, y dejó que la culpabilidad la maltratara durante un rato.
- Con el tiempo te acostumbrarás, te lo aseguro- era la voz de su primo, sin embargo sonaba vacía, carente de cualquier amago de sentimiento. Le tendió la mano, blanca como la nieve, y ella se dejó hacer, como una antigua marioneta que se encuentra bajo el embrujo de su titiritero.

A un lado de aquel lúgubre subsuelo, un enorme espejo de pie, que la recién convertida no se había percatado que se encontraba allí, les observaba desde la penumbra. Ella se detuvo, temiendo no encontrar reflejo de si misma en la pulida superficie del cristal, más Christian la empujó, con una fuerza sobrenatural hacía allí y la sostuvo por los hombros, obligándola a enfrentarse a aquel ser que ahora era. Su gemela del espejo se encontraba allí, y sin embargo le resultaba irreconocible, su imagen era una mujer pálida, hermosa, y sus ojos, sin rastro ahora de hambre, brillaban con una intensidad desmesurada, a juego con su melena de oro.
- A partir de hoy tu nombre será Lucrecia- el rostro de bellos rasgos de Christian también se habían alterado, dándole un porte más estilizado, más perfecto, que conjugaba como piezas de un rompecabezas, con su cuerpo atlético y una chispeante melena negra. Los ojos oscuros de su primo la miraron, convencidos de que algo estaba cambiando.
- Y tú serás... mío, por toda la eternidad, y cumplirás la promesa que me hiciste en el pasado- murmuró ella, sonriendo, consiguiendo que la rebautizada como Lucrecia, consiguiese diluir el resto de conciencia que le quedaba. Ahora los contornos de su nueva esencia fulminaban a la que había sido ella en vida, a su antiguo yo.

Hacía escasos momentos la nueva cainita se lamentaba de su tétrica existencia, y justamente en el instante presente era capaz de ver las posibilidades que ésta le ofrecía.
Se volvió hasta Christian, rodeando su cuello con los brazos después de tanto tiempo y sus labios se encontraron, por primera vez en esta nueva existencia inmortal.
Lucrecia estaba segura, iban a emprender grandes proyectos juntos, tal como se juraron en vida. Lo que ninguno de los dos sabía era que sus acciones sangrientas iban a tener graves consecuencias, y éstas vendrían de mano de los ancianos, esos que más habían vivido entre los inmortales.





viernes, 4 de enero de 2008

UN PASEO POR EL CEMENTERIO

Ángeles inertes con las las inmóviles y los ojos vacíos, carentes de toda emoción. Uno tras otro se suceden mientras ella lee, con desgana, los nombres de aquellos que son custodiados por los querubines de piedra: "Edward, James, Michael..." Algunos gastados por el paso de los implacables años, otros, aún totalmente legibles por el ojo humano: "Claudia, Cinthia, Rose..."
En vida, aquellos nombres ahora raramente recordados, quizás pertenecieron a personas vibrantes, llenas de oportunidades, hoy, cuando el oscuro crespón de la muerte se ha cebado en ellos con todo su poderío, se convierten en sepulturas descoloridas, en tumbas que solo serán recordadas por el bello ángel que las corona, no por las almas en cuyo honor se erigieron tales bellezas de la arquitectura.

Las figuras, algunas asexuadas, otras perfectamente reconocibles como chicas y jóvenes muchachos, acaban de desaparecer de su campo de visión.
Continúa con su renqueante peregrinación que la conduce, en medio de la gélida luz de la luna, hasta donde los mausoleos han sustituido a las rubias y hermosas figuras celestiales que ha estado observando mientras recorría el largo camino que la conducía al final de todo aquello.
Respira con dificultad, pues la emoción de la cercanía a su destino ha hecho aflorar en su marchita existencia una curiosidad extenuante, malsana, aunque sabe, muy a su pesar, que en aquel lugar no encontrará nada diferente a lo que ya ha visto en anteriores ocasiones.

Los minutos se hacen eternos, y aunque conoce, con una precisión matemática, el camino que ha de recorrer hasta su destino, este no aparece, se difumina con la oscuridad que penetra por cada centímetro del maltrecho camposanto.
Suspira, sintiendo que el frío creado por la sobrenatural luna la consume, que la noche en sí misma posee instintos asesinos... y finalmente, encuentra el viejo panteón familiar, coronado por la imagen de Santa María, sin embargo la representación elegida para ser la madre de Dios en levemente sacrílega, al encontrarse la joven llena de voluptuosas curvas y con ojos seductores.

Empuja la destartalada verja de entrada y penetra en la estancia, que no es más que una sala circular con varios nichos que descansan por la eternidad en aquellas redondeadas paredes.
“Mamá, papá, mi hermano mayor...” sus delgadas y níveas manos acarician el mármol en el que, con una escritura que parece obra del diablo por su extrema belleza, lee los nombres de sus seres queridos que ya no se encuentran junto a ella.
Por fin vuelve los ojos y éstos, enrojecidos por los recuerdos, se clavan como sendas estacas en la cuarta tumba ocupada: “Christian Farélle”.

Gateando, pues le es imposible coordinar su cuerpo para ponerse en pie y caminar, se acerca hasta aquel nombre que evoca en ella sentimientos pasados.
- Mi primo, mi único amor- murmura, dejando que finalmente el llanto se apodere de ella y de todo aquel silencioso lugar.
Jamás olvidaría los ojos de Christian: gélidos, casi transparentes, etéreos... pero temiblemente ardientes cuando de ellos dos se trataba. Cuando le comunicaron que el atractivo abogado había muerto fue incapaz de creerlo, aún era dejaba volar su imaginación, pensado que aquello simplemente era una pesadilla, de la que pronto iba a despertar, más no lo hacía. En algunas ocasiones soñaba con él, con su irresistible sonrisa de labios torcidos, y también con sus promesas de felicidad eterna.

- Mentiste, cobarde- de la tristeza más absoluta había pasado a la furia, a la ira, a la desesperación... pues sus manos, convertidas ahora en puños golpeaban incesantemente el nombre del letrado- mentiroso- repitió, hasta quedar tumbada en medio de la estancia, sintiendo que el mundo volvía a desaparecer bajo sus pies.

- Yo nunca, jamás, miento- la muchacha no estaba segura de donde procedían aquellas palabras, buscó con la mirada, incesantemente, y entonces descubrió de que se trataba: una figura alta y delgada se acercó a ella y se agachó frente a la asustada joven. Sus dedos cayeron bajo su mentón, y ella, retuvo las lágrimas, eso que veía debía ser otro de los juegos de su maltrecho corazón, no podía ser otra cosa. Más cuando se vio levantada en vilo en mitad de aquel escondite de la muerte sintió que eso no era una jugarreta, era una pesadilla- pensé que confiabas en mí por encima de todas las cosas, simplemente debías tener un poco de paciencia.

No hubo más que decir, pues un manto rojo y negro absorbió a aquella que hacía unas horas paseaba por el desierto cementerio en busca de un poco de consuelo dentro del panteón de la familia.