Pues la verdad es que mis niñas se lo están currando un montón y me están ayudando un poco a recuperar este sitio. Ayer L y hoy mi hermanita Patrix. Esta historia me ha gustado mucho, la he encontrado mi filosófica y muy bonita y me gustaría compartirla con todos vosotros espero que os guste. Mil besos: Sele ^^
Caminando bajo la luz del sol, cuyos rayos parecen confundirse con sus cabellos dorados que caen como fulgurantes cascadas sobre sus hombros. La doncella se seca el sudor del rostro y observa el horizonte, sin ver nada, solo el basto escenario que se cierne sobre ella desde hace horas, días... tal vez meses. Pero no se detiene en su empeño, aun sin conocer el destino de aquellos pasos tormentos hacia quien sabía donde. No sabe donde está, ni a donde se dirige, siquiera sabe como llegó allí. Tampoco conoce su propio nombre. Sin recuerdos que la arropen durante sus largos y solitarios días. Sin ser capaz de añorar nada, pues sin recuerdos no existe la añoranza.
Únicamente vive por dar un paso más, por avanzar por aquel desconocido camino que se ha convertido en su única razón de existencia.
Sigue caminando sin descanso cuando siente algo, un cambio a su alrededor. Observa atenta y divisa sombras difusas en la lejanía, sombras que se acercan raudas hacia donde se encuentra la joven, a la vez que ella sigue avanzando sin demora ni temor. Sus pasos permanecen constantes y seguros. Siquiera vacila cuando las sombras ya se convierten en criaturas que enseñan sus afilados colmillos, criaturas que rugen y gruñen. Criaturas sedientas de sangre dispuestas a despedazarla.
Pero la joven ni titubea, aun sintiendo la tensión que puede palmarse en el ambiente, aun sabiendo que las criaturas se lanzaran a por su carne en cualquier momento. Pues ella no teme.
La primera criatura se lanza sobre ella. Y esta da un paso hacia atrás esquivando el ataque. Su rostro no refleja la sorpresa. Es la primera vez que se encuentra con otros seres vivos, al menos que recuerde, pero no tiene ningún miedo.
Su camino la espera, y no deber perder el tiempo. Alza su mano y se ve sujetando una espada con la empuñadura verde, parece hecho de un diamante precioso. Su hoja es plateada, fina y afiladísima y presenta unos extraños y elegantes símbolos. No se cuestiona de donde habrá salido tan majestuosa espada, es suya, simplemente. Y en sus manos casi podría sentirla vibrar, como si dentro de ella hubiera un corazón palpitante. Casi podía asegurar que oía su susurró, como le musitara al oído que juntos acabaran con aquella amenaza.
De pronto la espada pareció bailar en su mano, la joven se movió con rapidez blandiendo la espada uno a uno contra sus enemigos, los cuales parecían casi ir en cámara lenta en comparación con la velocidad con la que actuaba la dama.
Paró en secó, impasible. Un poco de sangre había ensuciado sus finos ropajes, único indicio de la masacre que acababa de dar lugar. Sus contrincantes yacían despedazados y desmembrados por el suelo. No se inmutó lo mas mínimo.
La espada había desaparecido de entre sus manos, pero no le importó, una pequeña sonrisa adornó sus labios, aunque ella no se había dado cuenta de ella. Ahora se sentía acompañada, de algún modo, y aquel pensamiento le resultó reconfortante. Sabía que la espada acudiría a ella en cuanto se encontrara en apuros. Ella era su amiga, vigilante y silenciosa.
Siguió con aquel rumbo incierto sin demorarse un segundo más. Nunca descansaba, no parecía conocer la fatiga, no había dormido durante todo su viaje, ni se detenía. Siquiera se había alimentado, ni había bebido. Pero aquello no resultaba inquietante para la dama, pues ella era victima de un profundo desconocimiento.
Y así permaneció. Caminó, caminó y caminó. Bajo el ardiente sol, sobre las largas dunas, el paisaje era siempre el mismo, monótono, aburrido. Era extraño, pues la dama antes no conocía el aburrimiento, ni era conciente de su monótona situación. Pero desde que se había topado con aquellas extrañas criaturas a las que había dado fin se sentía… impaciente. ¿Añoranza tal vez? Oh sí, sin recuerdos no existe la añoranza. Antes no conocía nada más que ella misma y aquel lugar que parecía no tener fin, pero había descubierto a nuevos seres que la habían obligado a combatir, y echaba de menos aquella sensación que le habían proporcionado. Aquella eufonía, la sensación de superioridad, la satisfacción al vencer. Sentirse poderosa, viva.
Siguió andando y la inquietud parecía atormentarla. ¿Acaso estaba ya sola? Era la primera vez que pensaba eso, era la primera vez que la embargaba semejante angustia. Aquel conocimiento de vida nueva era también el conocimiento a su soledad. Ahh, cuanto deseaba poder blandir de nuevo su espada entre sus manos, sentir su acero apoyándola, cortando la carne y los huesos de sus victimas.
Y por fin, un cambio. Un sonido a su espalda la hizo voltearse y vio a un hombre, su cabello era dorado también, y largo, sus ojos parecían dos amatistas, oscuros y calidos. Dio un paso adelante, en dirección a la dama, en sus manos portaba una espada, y así mismo la joven sintió su propia espada en su mano derecha. Aquello fue el aviso que estaba esperando.
Ambas espadas chocaron de pronto, con fiereza, agresividad. Se separaron y no se dieron tiempo para pensar, volvieron a lanzarse el uno contra el otro alzando sus espadas, dispuestos a aniquilar, despedazar. Destellos de luz surgían entre cada acometida de espadas. Cada golpe era veloz y potente, pero el contrincante se defendía de la misma manera, con maestría, eternamente fulminantes.
De pronto el hombre envainó su espada. La joven se lanzó contra él sabiendo lo que pretendía. No, no le dejaría, aquella contienda acabaría para bien o para mal, poco le importaba el resultado. No fue suficientemente rápida como para impedirle desplegar unas grandes y magnificas alas negras y emprender el vuelo hasta el cielo, pero aquello no la frenaría, no, él era su objetivo ahora.
Alzó sus manos al cielo, en dirección al hombre alado que intentaba huir. Y de ellas emanó una luz abrasadora, un fuego perpetuo salió expulsado de su cuerpo al cielo.
Había actuado por instinto, ella no conocía las capacidades de sus poderes, de hecho cuando había extendido sus brazos no se había imaginado el efecto que provocaría. Observó sorprendía el resultado de su feroz ataque. El cuerpo del hombre yacía en el suelo prácticamente carbonizado, una débil ráfaga de viento basto para deshacerlo por completo, en cenizas que volaron a la lejanía, perdiéndose de vista para siempre.
La doncella sintió una fuerte punzada dentro de sí, en su corazón. Se llevó una mano al pecho y cerró los ojos. ¿Qué era esa sensación? Poco entendía la dama de sentimientos, demasiada soledad a sus espaldas, demasiada ignorancia. Poco sabía ella de la culpa, del arrepentimiento, solo mediante las sensaciones que ahora la cercenaban y que posiblemente nunca llegaría a entender.
Sin más se volvió, otra vez de cara a un camino desconocido, a un destino incierto, a una eternidad a la que nunca encontrará sentido, a cumplir una sentencia silenciosa. Combatiendo contra otras almas perdidas y desgraciadas que allí moran.
Sola y perdida para siempre.